jueves, 2 de enero de 2014

LA AVENTURA


Javier, Carlos y Pedro eran amigos desde tiempos inmemoriales, habían compartido su vida sin cuestionarse unos a otros; habían tenido y mantenido peleas verbales pero nada ni nadie podía hacer que su amistad se quebrara … ni siquiera cuando Javier se enamoró de la, entonces, novia de Pedro con la que un tiempo después contrajo matrimonio … ni cuando Pedro destrozó el coche de Carlos en un fin de semana. La respuesta de éste último fue: “ lo importante es que, a ti, no te ha pasado nada”.
Pedro acabó la carrera de Derecho en la universidad de Deusto y con honores, Javier, por el contrario no era muy bueno en los estudios pero, no obstante, se hizo A.T.S. y consiguió ser un gran profesional, paciente que caía en sus manos acababa adorándolo.
Totalmente opuesto a ellos era Carlos, procedente de una familia acomodada, no acababa de decidirse a hacer nada, en casa tampoco le presionaban y nunca le pusieron un pero a la vida disipada que llevaba y de la que hacía alarde; como él mismo decía con hacer algún cursillo de gestión de empresas tenía más que suficiente para terminar sentándose en el sillón del despacho de su padre que, al fin y al cabo, era el negocio familiar y para obtener lo que, por derecho le correspondía no necesitaba romperse los cuernos estudiando.
Alternaban juergas y lamentos; eran algo así como los tres mosqueteros sólo que, en opinión de Javier: “nosotros somos los auténticos porque aquéllos en realidad eran cuatro”.
Una vez cada dos o tres meses se reunían para correr una aventura; tenían una máxima desde sus años mozos que era inquebrantable: “Pase lo que pase y pese a quién pese”. La llevaban a rajatabla, obviaban familia y cualquier otra cosa que no fuera reunirse los tres para mantener los lazos que, en juramento secreto, habían estrechado en su más tierna infancia. Así pues en cuanto tenían ocasión se lanzaban a una nueva aventura que les proporcionaba la oportunidad de evadirse de sus quehaceres o sin-quehaceres (en el caso de Carlos) todo con tal de reunirse.
Nerviosos e impacientes iniciaron su andadura a sabiendas de que cualquiera de los tres podría no llegar a la meta propuesta pero ya tenían asumido que ninguno podría echarse atrás a menos que fuera por causas de fuerza mayor. Antes de comenzar ya habían establecido que si cualquiera de ellos tenía problemas en el laberinto de setos en el número treinta de la calle Orquídea comenzarían de nuevo.
Al poco tiempo de iniciar la marcha Javier se adelantó porque quería asomarse desde el puente que, a lo lejos, se divisaba para ver el paisaje desde lo alto; Carlos y Pedro, rezagados, le dejaron hacer no sin antes advertirle que tuviera cuidado no fuera a caerse ya que se veía, a pesar de la distancia que más que un puente era una pasarela con muy poca seguridad a ambos lados, el susto fue mayúsculo cuando vieron a Javier caer de cabeza al agua; Carlos y Pedro hicieron todo lo posible para llegar hasta el puente pero era demasiado tarde; la corriente arrastraba a Javier como si fuera un fardo mientras ellos corrían a lo largo de la orilla del río por si, en algún punto, podían intentar rescatarle. Por suerte todo quedó en el sofoco de unos y el remojón del otro. Como de costumbre después de un par de coscorrones al interfecto todo concluyó con unas cuantas risas, lo único que lamentó fue que el móvil se le había quedado inservible pero siempre podían localizarle en el de Carlos.
Siguieron caminando sin tregua y cuando comenzaba a caer la noche Carlos cayó en un pozo y aunque era bastante profundo consiguió salir por méritos propios y Javier le vendó el tobillo dañado de manera tan profesional que su amigo pudo continuar la marcha sin problemas. Caminaban al ritmo que, a cada uno le permitían sus fuerzas e intentando por todos los medios encabezar la marcha, algo fundamental teniendo en cuenta que los tres querían ser el primero en llegar, por eso cada vez que surgía algún contratiempo se revolvían de rabia. Más de una vez tuvieron que regresar sobre sus pasos, sobre todo en el laberinto que aunque no les dio demasiados problemas les hizo perder un tiempo precioso.
Lo peor estaba por venir, por cuestiones que no vienen al caso, en el primer pueblo que pararon a Javier le detuvieron y le metieron al calabozo; Pedro lo sacó de la cárcel en un abrir y cerrar de ojos aunque no por su gusto que todo hay que decirlo; si de él hubiera dependido le hubiera dejado entre rejas una temporadita.
A medida que avanzaban, la situación se iba poniendo más y más seria porque la meta que se habían propuesto alcanzar cada vez estaba más cerca y el último en llegar tendría que pagar la mariscada que se habían apostado para los tres con sus respectivas familias y se juntaban más de quince así que había que ponerse a pelear en serio. Carlos, acostumbrado a ganar siempre, a pesar de tener el tobillo vendado aceleró el paso todo cuanto el azar le permitía y consiguió alcanzar a Pedro para comunicarle que tenía una llamada de móvil en la que se le requería regresar a casa de inmediato por lo que éste tuvo que abandonar sin más dilación el “campo de batalla”.
Mientras tanto Javier seguía a un ritmo imparable intentando no mirar atrás pero cuando se dio cuenta de que Pedro se marchaba y Carlos le pisaba los talones en un golpe de suerte, seis pasos y con los nervios a flor de piel gritó:
¡Gané! La próxima vez -añadió riéndose- nos jugamos la mariscada al Tute si queréis porque a La Oca os gano siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario