domingo, 27 de octubre de 2013

LOS PENDIENTES DE LA ABUELA -Relato para el día de difuntos-

 
Las gemelas vinieron al mundo un ocho de Diciembre y sus padres decidieron ponerlas de nombre a la una Inmaculada y a la otra Concepción pero por un error inexplicable las dos acabaron bautizadas con el mismo nombre de pila, es decir Inmaculada por lo que, para diferenciarlas en el ámbito familiar, a una la llamaban Inma y a la otra Mácula.
Eran idénticas físicamente pero no así en sus ademanes e inquietudes. Mácula intentaba por todos los medios eclipsar a su hermana en cualquier momento, era como si quisiera anular su existencia y su rabia se acrecentaba cuando en las reuniones familiares todo el mundo alababa las virtudes de Inma que, a pesar de su discreción, no pasaba desapercibida mientras que Mácula en su afán por destacar acababa por agobiar a cualquiera de su entorno.
En lo único que coincidían las hermanas era en la fascinación que les producía los pendientes de su abuela paterna. Mácula no perdía ni un momento en hacer hincapié en el detalle cada vez que la abuela iba a visitarlas para hacerle saber lo mucho que le gustaban aquellos pendientes y le acariciaba las orejas sin cesar.
-Me vas a arrancar una oreja como sigas tirando, niña, -le dijo en cierta ocasión la abuela-
-¿Me los vas a regalar cuando te mueras, verdad? -preguntaba Mácula haciendo caso omiso a la reprimenda-
-Os voy a legar un pendiente a cada una -respondió ella- Sólo una de vosotras conseguirá el par. Son valiosos y mágicos y nunca volverán a estar emparejados si quien los recibe no se los merece.
-¡Serán míos! -gritaba Mácula-
-Uno será tuyo cuando yo fallezca, el otro te lo tendrás que ganar. ¿Tú no dices nada? -Preguntó a Inma-
-Creo que si en vez de dejarnos uno a cada una, nos dejas los dos a las dos, podríamos compartirlos y lucirlos tanto una como otra en diferentes ocasiones …
-¡Serán míos! -volvió a vociferar Mácula sin dejar que su hermana concluyera su argumentación.
-¡Uno para cada una y no hay más que hablar! -dijo la abuela mientras se dirigía a la puerta de la calle.
Dos meses después falleció la abuela de un paro cardiaco y Don Ramón, el padre de las gemelas, reunió a toda la familia para leer las ultimas voluntades que la difunta había dejado escritas ante notario poco antes de su fallecimiento. Mácula esperaba con impaciencia escuchar el nombre de la destinataria de los pendientes que tanto ansiaba. En ese apartado del testamento la abuela especificaba claramente:
“Puesto que el legado de mis pendientes puede dar lugar a disputa entre mis dos nietas por culpa de que una de ellas es incapaz de compartir, he decidido ser enterrada con ellos”
-¡Noooo! -gritó Mácula- ¡Tenían que ser para mí!
Inma lloraba desconsolada incapaz de contenerse y mucho menos de seguir tras los pasos de su hermana cuando ésta salió como alma que lleva el diablo soltando improperios contra su abuela y contra todos los allí presentes, propios de una demente.
Al día siguiente se celebró el funeral y Mácula se negó a asistir al mismo. Nadie le impuso que asistiera a los oficios porque todos temían que con la ira que tenía acumulada, aquel acto de recogimiento se convirtiera en una batalla campal.
Dos días después, coincidiendo con la noche de difuntos el guarda del cementerio encontró a Mácula muerta sobre la tumba de su abuela con las uñas partidas y llenas de tierra. Los pendientes pendían de sus orejas y relucían en la oscuridad como luciérnagas en la noche.
Sobre el túmulo instalado en el salón de la casa yacía el cadáver de Mácula. Durante el velatorio, los familiares presentes hacían corrillos interpretando cada cual a su manera todo lo acontecido.
Cuando aparecieron los padres de la difunta, todos se precipitaron a darles el pésame. Entre ellos estaba Inma que, a duras penas se sostenía en pie; se dirigió al ataúd y comenzó a gritar y a hacer aspavientos mientras abrazaba a su hermana fallecida. Su llanto sin lágrimas fue interpretado por los allí presentes como profunda muestra de dolor, sin embargo, la madre se acercó a ella y tomándola del brazo con fuerza la obligó a incorporarse mientras le decía al oído:
- ¡Deja ya de interpretar, Mácula!
-¿Cómo? ¡Qué dices, madre!
-Ya me has entendido, a una madre no se la puede engañar y tu no sólo has asesinado a tu hermana sino que le has tendido una trampa para hacerla parecer culpable y así apoderarte de los pendientes …
-Me siento mal -acertó a decir la hija al verse descubierta y cortando la exposición de su madre-
No tuvo tiempo de decir nada más, cayó como un fardo al suelo y entre fuertes convulsiones, ante la mirada atónita de todos cuantos se hallaban en el sepelio, su abdomen se abrió en canal y todos pudieron comprobar que tenía un pendiente clavado en el esófago y otro en la boca del estómago. En ese mismo instante Inma que era la que estaba en el ataúd se incorporó para acudir en ayuda de su hermana aunque ya nada se podía hacer por ella.
El desconcierto y el horror de lo presenciado hizo que todos salieran despavoridos de aquella casa.
Este hecho sucedió la noche de difuntos en el siglo XVIII y ha quedado como leyenda para quienes habitan en un pueblecito llamado “Remoto”. Lo cierto es que Mácula se había tragado los pendientes para que nadie pudiera arrebatarle aquello que ella consideraba que debía pertenecerle e Inma, a la que daban por muerta, había caído en un estado catatónico cuando su hermana había intentado asesinarla y al mismo tiempo inculparla de la profanación de la tumba de su abuela.
Un mes después de los hechos Inma cumplía los dieciocho años y su padre consideró oportuno entregarle los pendientes que, por herencia le correspondían pero ella los rechazó argumentando que no había tesoro en el mundo que pudiera paliar tanta desgracia.
-No los quiero, padre -le dijo- Véndelos y lo que obtengas dónalo a beneficencia.
El padre comprendió y alabó la actitud de su hija. Construyó un centro para indigentes con el dinero obtenido por la venta de los pendientes que, inexplicablemente, cada año en la noche de difuntos vuelven a aparecer sobre la tumba de la abuela.

miércoles, 9 de octubre de 2013

SONETO


 
 
Quisiera acurrucarme entre tus brazos
en el cobijo fiel del corazón
que sólo hubiera amor entre los dos,
hacer entre los tres un bello lazo.

Quisiera que quisieras mis abrazos
quisiera que quisieras tú lo mismo
que de no ser así vuelvo al abismo
en el que me encontraba sin tus manos.

Quisiera que apreciaras mi atrever
no hay, en mí, ni un atisbo de egoísmo
pues quien ama sólo ofrece su querer.

Y yo en su día ya te ofrecí el mío
y ese día rechazaste mi ofrecer
condenando un amor al ostracismo.

martes, 1 de octubre de 2013

LA CASA DE MUÑECAS




                                                  


 
     Las dos hermanas cogidas de la mano se fueron a buscar al médico porque su mamá se había puesto enferma y papá no iba a regresar antes de tres meses hasta que se acabara la faena de la pesca. Mamá les había dicho que por nada del mundo se separaran la una de la otra.

    Tenían un largo camino hasta el pueblo más cercano y Silvia -la hermana mayor- decidió atajar por el bosque como en otras ocasiones, sin embargo esta vez ocurrió algo inesperado, a medio camino el cielo se cubrió de nubes grises, los árboles comenzaron a bambolear incesantemente y al chocar sus ramas unas contra otras, el sonido tan fuerte que transmitían hizo que las dos niñas se quedaran paralizadas durante unos instantes sobrecogidas por el miedo. La más pequeña, Ana, comenzó a lloriquear mientras Silvia trataba de tranquilizarla aunque no por ello carecía de temor.

    De pronto, el centro del bosque se iluminó y ante sus ojos surgió una casa que nunca antes habían visto y sin más dilación se dirigieron a la puerta de entrada. Al principio con timidez, golpearon la misma con los nudillos pero al ver que nadie respondía a pesar de que en el interior había luz, Silvia decidió ponerse de puntillas para alcanzar la aldaba y dejarla caer con fuerza; el estrépito que produjo hizo que ambas se sintieran más atemorizadas todavía.

   Casi de inmediato se abrió la puerta con un chirriar que las sobrecogió de nuevo y les obligó a abrazarse en un intento de protegerse la una a la otra. La mujer que apareció ante ellas, por su dulce aspecto inspiró su confianza y cuando las invitó a pasar sin dudarlo ni un momento y siempre cogidas de la mano, accedieron al interior de la casa del bosque.

   -¿Qué os trae por aquí, pequeñas? No todo el mundo puede ver mi casa ni aún pasando delante de ella, solamente quienes no conocen la desconfianza y aquellas personas a quienes la necesidad les obliga a aceptar lo que la vida les pone en el camino.

   -Queremos … comenzó a decir Silvia

  -¡Calla niña! -interrumpió la mujer al tiempo que su aspecto se transformaba y su voz hacía daño a quien la escuchara- Y … continuó diciendo:

   -Sé perfectamente quienes sois y que vais en busca de medicinas para vuestra madre ¿Verdad? ¿Verdad niñas?

   Ambas hermanas hicieron mención de retroceder sobre sus pasos intentando alcanzar la salida pero aquella espantosa mujer, de pronto, gritó:

    -¡Un momento! ¡Esperad!

   Silvia y Ana se quedaron petrificadas ante el llamamiento y al volverse a mirar a la dueña de la casa volvieron a reconocer en ella a la dulce mujer que les dio acceso a la misma; ésta les susurró en tono amistoso:

   -Mirad, niñas, os voy a enseñar mi mejor tesoro. Como por arte de magia, en medio del salón apareció una casa de muñecas de gran tamaño con todos los detalles en cada una de sus estancias. Era una réplica exacta de la casa dónde se encontraban, entusiasmadas fueron recorriendo cada uno de sus habitáculos con la vista olvidando por unos instantes la situación en la que se encontraban.

  Entonces la mujer dijo:

  -Os puedo proporcionar las medicinas que necesitáis para vuestra madre pero os impongo dos condiciones. En la primera debéis encontrar la última pieza que falta a esta casa de muñecas para estar completa, podéis recorrer la casa a fin de comparar y comprobar que sólo hay una diferencia entre las dos. Yo tengo todo el tiempo del mundo y si no lo acertáis os quedareis aquí haciéndome compañía mientras vuestra madre seguirá sola y enferma.

    Silvia y Ana se dedicaron a recorrer con la mirada la casa de muñecas al mismo tiempo que el lugar donde se encontraban intentando hallar la única diferencia entre ambas. No era fácil entre tantos cuadros, muebles, alfombras, lámparas, puertas … Silvia le dijo a su hermana que tenían que repartirse la tarea porque el tiempo corría en su contra ¿Qué faltaba? Llegaron a contar los objetos yendo y viniendo por cada una de las estancias e intentando memorizar cada detalle. Repasaban sin cesar una y otra vez el escenario, la angustia se iba apoderando de ellas y … de pronto Silvia exclamó: 
                                             
  -Señora, señoraaaa ¿Dónde está?

-No grites tanto niña ¿Qué ocurre? -respondió la dueña de la casa apareciendo, de pronto, a sus espaldas-

-Ya sé qué es lo que falta, ya lo sé -dijo Silvia intentando recuperar el aliento perdido con tanto ir y venir.

-Y ¿Qué es? -preguntó la mujer con una sonrisa irónica-

-Falta la escalera que va al desván. En la casa de muñecas no se puede subir a él -gritó Silvia exultante-

-¡Así es! -dijo con rabia la señora que amablemente les había abierto las puertas de su casa- Habéis pasado la prueba de observación pero ahora os queda la de astucia y lógica … y abriendo una trampilla del techo les indicó el camino de acceso al desván diciendo:

-Ahora tenéis que subir. Arriba encontraréis otros niños con quienes jugar mientras adivináis cómo se puede salir de aquí y si acertáis todos os llevareis lo que vinisteis buscando ¡Subid, subid!

Ana se aferró a la mano de su hermana al mismo tiempo que ponía un pie en el primer peldaño de la escalera pero cuando iba a acceder al segundo, Silvia ávidamente se giró tirando con fuerza de su hermana al tiempo que decía:

-Nooo, no vamos a subir. En cuanto entremos en el desván nos encerrará con los otros niños ¡No sé qué hacer!

-Entonces Ana dijo: ¿Por qué no bajan ellos?

-¡Claro, eso es! Toda escalera sirve para subir y para bajar … ¡Niños, niños -gritó con fuerza Silvia- ¡Bajad, deprisa!

La mujer asombrada, vio como todos los niños corrían escaleras abajo; nada podía hacer por detenerlos porque Silvia y Ana habían descubierto la clave de su liberación. A partir de ese momento sólo le quedaba cumplir con su palabra y proporcionar a cada uno lo que les había conducido a través del bosque: medicinas, comida, ropa de abrigo y así se puso a repartir lo prometido al tiempo que añadía:

-¿Veis como no soy tan mala? Os doy cuánto necesitáis en vuestras casas. Me apena que os vayáis porque me hacíais compañía y aquí no os faltaba de nada.

Silvia respondió:
                                               
-Aquí no hay cariño, usted no da amor y en casa no tendremos para comer pero nos queremos y eso hace que luchemos los unos por los otros …

-¿Cariño? ¿Amor? He oído hablar de ellos pero no los conozco -dijo la mujer-

Silvia se acercó a ella y la abrazó tímidamente al principio para ir, poco a poco, rodeándola con sus brazos, la cara de la señora se fue tornando dulce y entonces Silvia invitó con un gesto, a su hermana Ana y a los demás niños a fundirse en aquel comunitario abrazo.

Desde aquel día todos los niños y niñas de los alrededores la visitan y juegan en sus jardines, llegaron a quererla porque ella había aprendido a querer y a entregar amor. Les ofreció su casa sin condiciones dejando de par en par abiertas las puertas de su corazón.

El amor es fácil de reconocer y muy difícil, por no decir imposible, que haya nadie que se niegue a abrazarlo.