martes, 1 de octubre de 2013

LA CASA DE MUÑECAS




                                                  


 
     Las dos hermanas cogidas de la mano se fueron a buscar al médico porque su mamá se había puesto enferma y papá no iba a regresar antes de tres meses hasta que se acabara la faena de la pesca. Mamá les había dicho que por nada del mundo se separaran la una de la otra.

    Tenían un largo camino hasta el pueblo más cercano y Silvia -la hermana mayor- decidió atajar por el bosque como en otras ocasiones, sin embargo esta vez ocurrió algo inesperado, a medio camino el cielo se cubrió de nubes grises, los árboles comenzaron a bambolear incesantemente y al chocar sus ramas unas contra otras, el sonido tan fuerte que transmitían hizo que las dos niñas se quedaran paralizadas durante unos instantes sobrecogidas por el miedo. La más pequeña, Ana, comenzó a lloriquear mientras Silvia trataba de tranquilizarla aunque no por ello carecía de temor.

    De pronto, el centro del bosque se iluminó y ante sus ojos surgió una casa que nunca antes habían visto y sin más dilación se dirigieron a la puerta de entrada. Al principio con timidez, golpearon la misma con los nudillos pero al ver que nadie respondía a pesar de que en el interior había luz, Silvia decidió ponerse de puntillas para alcanzar la aldaba y dejarla caer con fuerza; el estrépito que produjo hizo que ambas se sintieran más atemorizadas todavía.

   Casi de inmediato se abrió la puerta con un chirriar que las sobrecogió de nuevo y les obligó a abrazarse en un intento de protegerse la una a la otra. La mujer que apareció ante ellas, por su dulce aspecto inspiró su confianza y cuando las invitó a pasar sin dudarlo ni un momento y siempre cogidas de la mano, accedieron al interior de la casa del bosque.

   -¿Qué os trae por aquí, pequeñas? No todo el mundo puede ver mi casa ni aún pasando delante de ella, solamente quienes no conocen la desconfianza y aquellas personas a quienes la necesidad les obliga a aceptar lo que la vida les pone en el camino.

   -Queremos … comenzó a decir Silvia

  -¡Calla niña! -interrumpió la mujer al tiempo que su aspecto se transformaba y su voz hacía daño a quien la escuchara- Y … continuó diciendo:

   -Sé perfectamente quienes sois y que vais en busca de medicinas para vuestra madre ¿Verdad? ¿Verdad niñas?

   Ambas hermanas hicieron mención de retroceder sobre sus pasos intentando alcanzar la salida pero aquella espantosa mujer, de pronto, gritó:

    -¡Un momento! ¡Esperad!

   Silvia y Ana se quedaron petrificadas ante el llamamiento y al volverse a mirar a la dueña de la casa volvieron a reconocer en ella a la dulce mujer que les dio acceso a la misma; ésta les susurró en tono amistoso:

   -Mirad, niñas, os voy a enseñar mi mejor tesoro. Como por arte de magia, en medio del salón apareció una casa de muñecas de gran tamaño con todos los detalles en cada una de sus estancias. Era una réplica exacta de la casa dónde se encontraban, entusiasmadas fueron recorriendo cada uno de sus habitáculos con la vista olvidando por unos instantes la situación en la que se encontraban.

  Entonces la mujer dijo:

  -Os puedo proporcionar las medicinas que necesitáis para vuestra madre pero os impongo dos condiciones. En la primera debéis encontrar la última pieza que falta a esta casa de muñecas para estar completa, podéis recorrer la casa a fin de comparar y comprobar que sólo hay una diferencia entre las dos. Yo tengo todo el tiempo del mundo y si no lo acertáis os quedareis aquí haciéndome compañía mientras vuestra madre seguirá sola y enferma.

    Silvia y Ana se dedicaron a recorrer con la mirada la casa de muñecas al mismo tiempo que el lugar donde se encontraban intentando hallar la única diferencia entre ambas. No era fácil entre tantos cuadros, muebles, alfombras, lámparas, puertas … Silvia le dijo a su hermana que tenían que repartirse la tarea porque el tiempo corría en su contra ¿Qué faltaba? Llegaron a contar los objetos yendo y viniendo por cada una de las estancias e intentando memorizar cada detalle. Repasaban sin cesar una y otra vez el escenario, la angustia se iba apoderando de ellas y … de pronto Silvia exclamó: 
                                             
  -Señora, señoraaaa ¿Dónde está?

-No grites tanto niña ¿Qué ocurre? -respondió la dueña de la casa apareciendo, de pronto, a sus espaldas-

-Ya sé qué es lo que falta, ya lo sé -dijo Silvia intentando recuperar el aliento perdido con tanto ir y venir.

-Y ¿Qué es? -preguntó la mujer con una sonrisa irónica-

-Falta la escalera que va al desván. En la casa de muñecas no se puede subir a él -gritó Silvia exultante-

-¡Así es! -dijo con rabia la señora que amablemente les había abierto las puertas de su casa- Habéis pasado la prueba de observación pero ahora os queda la de astucia y lógica … y abriendo una trampilla del techo les indicó el camino de acceso al desván diciendo:

-Ahora tenéis que subir. Arriba encontraréis otros niños con quienes jugar mientras adivináis cómo se puede salir de aquí y si acertáis todos os llevareis lo que vinisteis buscando ¡Subid, subid!

Ana se aferró a la mano de su hermana al mismo tiempo que ponía un pie en el primer peldaño de la escalera pero cuando iba a acceder al segundo, Silvia ávidamente se giró tirando con fuerza de su hermana al tiempo que decía:

-Nooo, no vamos a subir. En cuanto entremos en el desván nos encerrará con los otros niños ¡No sé qué hacer!

-Entonces Ana dijo: ¿Por qué no bajan ellos?

-¡Claro, eso es! Toda escalera sirve para subir y para bajar … ¡Niños, niños -gritó con fuerza Silvia- ¡Bajad, deprisa!

La mujer asombrada, vio como todos los niños corrían escaleras abajo; nada podía hacer por detenerlos porque Silvia y Ana habían descubierto la clave de su liberación. A partir de ese momento sólo le quedaba cumplir con su palabra y proporcionar a cada uno lo que les había conducido a través del bosque: medicinas, comida, ropa de abrigo y así se puso a repartir lo prometido al tiempo que añadía:

-¿Veis como no soy tan mala? Os doy cuánto necesitáis en vuestras casas. Me apena que os vayáis porque me hacíais compañía y aquí no os faltaba de nada.

Silvia respondió:
                                               
-Aquí no hay cariño, usted no da amor y en casa no tendremos para comer pero nos queremos y eso hace que luchemos los unos por los otros …

-¿Cariño? ¿Amor? He oído hablar de ellos pero no los conozco -dijo la mujer-

Silvia se acercó a ella y la abrazó tímidamente al principio para ir, poco a poco, rodeándola con sus brazos, la cara de la señora se fue tornando dulce y entonces Silvia invitó con un gesto, a su hermana Ana y a los demás niños a fundirse en aquel comunitario abrazo.

Desde aquel día todos los niños y niñas de los alrededores la visitan y juegan en sus jardines, llegaron a quererla porque ella había aprendido a querer y a entregar amor. Les ofreció su casa sin condiciones dejando de par en par abiertas las puertas de su corazón.

El amor es fácil de reconocer y muy difícil, por no decir imposible, que haya nadie que se niegue a abrazarlo.



 

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